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Las series están de moda en DVD y BD


Desde hace un lustro, es difícil encontrar alguien menor de 35 años que no se haya enganchado a alguna. La eclosión de las páginas piratas, entre otros factores, ha dado alas a este género televisivo. Las series han sido una de las dianas de estos vampiros cibernéticos. Son varias las razones que justifican este “boom”. Aunque bastaría con echar la vista atrás para darnos cuenta de que la pasión por las series es tan vieja como vieja es la historia de la televisión. Ahora que se pueden ver en excelentes condiciones gracias al DVD o BD, este “boom” ha crecido.


Desde hace un lustro, es difícil encontrar un joven menor de 35 años que no se haya enganchado a alguna. La eclosión de las páginas piratas, entre otros factores, ha dado alas a este género televisivo. Las series han sido una de las dianas de estos vampiros cibernéticos.


Pero no es justo achacar su auge sólo a la accesibilidad del canal. Otro tópico dice que el mejor cine de la actualidad se hace en la televisión. Los presupuestos cada vez son mayores y los guionistas, pilares del género, son tentados por las televisiones: un medio más estable y que da mejor de comer.


Tampoco hay que obviar que una de las características del formato, su duración reducida, casa muy bien con las necesidades del urbanita de hoy: entretenimiento fácil y de consumo rápido. Resulta mucho más fácil encontrar un hueco de 45 minutos en nuestras vidas que las 2 horas de una película. Aunque luego hay quien acaba viendo 2 o 3 capítulos del tirón… Las series crean “ejércitos” de fieles, o incluso adictos, algo muy valioso luego, a la hora del “merchandising”.


Más allá de las razones de este “boom”, no nos enfrentamos a nada nuevo. Quizá sí en las formas, en el frenesí y en que nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, Herodoto dixit. Pero basta con echar la vista atrás para darnos cuenta de que la pasión por las series es tan vieja como vieja es la historia de la televisión. E incluso más, pues las series son las continuadoras de aquel viejo cine de episodios que surgió por 1913 de la mano de Louis Feuillade (“Judex” o “Fantômas”).


Los más veteranos recordarán los primeros años de la televisión en España, los del UHF y del VHF, en austero blanco y negro, cuando “El santo”, “Perry Mason”, “El fugitivo” o “Misión imposible” concitaban audiencias millonarias. Varias de ellas, por cierto, reeditadas hoy día. Eran otros tiempos y otras circunstancias, claro, pero aunque habitemos un arte/industria joven (respecto a otras) no viene mal echar un vistazo al pasado.


Para informes actuales, disponemos de estudios como los de GfK, que mostramos el mes pasado en nuestras páginas. Unos datos que confirman que el valor de lo generado por las series descendió en 2010 cerca de un 10% (frente al 21% de las películas). En el primer trimestre de 2011, esa tendencia se acentuaba hasta el 23% (películas, el  28%). Pero… ¿no era un formato en auge? Evidentemente, las razones de esta caída vienen por lo que vienen (una pista: empieza por “p”).


Aquí no caben “excusas” del tipo “No es lo que la sociedad demanda” o “Hay otras prioridades en el público”. La gente quiere series, es un hecho. Pero el acceso a ellas sin contrapartida es demasiado sencillo. Lo que el público sí desea es disponer de estos contenidos lo antes posible. La mayoría de estas series, norteamericanas, se emiten en canales de televisión y, a las pocas horas están disponibles en páginas de descarga ilegal, con sus correspondientes subtítulos. Demasiado jugoso, y demasiado fácil, como para esperarse a su pase en canales legales o a su venta en tiendas.


El internet legal aún no se ha adaptado a las series. Al igual que las películas van rompiendo barreras en las nuevas plataformas de distribución digital, las series aún carecen de una oferta “online” amplia. Sin embargo, es imposible competir con el pirateo, no sólo por la gratuidad, sino por la inmediatez y la flexibilidad.


Unos subtítulos pueden estar disponibles en un par de horas. Un doblaje en condiciones tarda días y hay que pasar por caja. Además, las televisiones, que son las que pagan por traer estos productos, no permitirán estrenos “exprés”. Para que las plataformas “on-line” puedan ofrecer esa inmediatez deberán tirar de chequera. Y el horno aún no está para bollos…


Las televisiones son, además, las que en buena medida dan “carta de identidad” a las series. Al aparecer en la pequeña pantalla se dan a conocer al gran público. De ahí, el fenómeno “fan” las lleva a internet. De algún modo, la televisión es a las series lo que las salas de cine a las películas: la plataforma perfecta para el despegue.


Sin embargo, ese primer paso necesario se convierte, a la larga, en un inconveniente para los propios canales. A la “primera generación” de seguidores de una serie no les queda otra que aceptar su dosis televisiva de una ración semanal. Sin embargo, esa “segunda generación” que llega a ellas por el efecto boca-oído, ya no quiere esperar una semana para saciar su curiosidad. Ese espectador toma a la serie como una película-por-capítulos, que verá a discreción. Una bicoca para los lineales de las tiendas… si no fuera por las descargas ilegales.


¿Qué puede, entonces, ofrecer el “pack” de una temporada (o varias) frente a la avalancha digital? Como tantas otras veces, el valor añadido de lo que se toca. Las ediciones especiales o de coleccionista suman contenidos que pueden hacer las delicias de sus seguidores. La mística que rodea a muchas series es un campo abonado para todo tipo de “merchandising”. Camisetas, libros, juegos de mesa, mecheros o cualquier objeto que suponga un guiño a la trama… Todo eso es un extra que internet no ofrece.


Por suerte o por desgracia (apostamos más por lo primero) las fronteras entre la ficción televisiva y la cinematográfica se van diluyendo. Hasta hace no mucho, una barrera casi infranqueable separaba ambos mundos. La principal (¿no era el cine un espejo de la vida?), el dinero. Los presupuestos del “mundo cine” eran mucho más suculentos que los del “mundo serie”, lo que derivaba en un nivel de producción menor del pequeño formato (y nos referimos, sobre todo, a lo que nos llega del otro lado del Atlántico). A día de hoy, producciones como la recién estrenada “Juego de tronos” rivalizan en acabado con un referente como pueda ser “El señor de los anillos”. En general, la realización “clásica” de las series, con abuso de planos cerrados, efectos especiales de dudosa credibilidad e iluminación plana está dejando paso a propuestas más elaboradas, como consecuencia de dicha inversión y, también, del trasvase de profesionales del Séptimo Arte a la pequeña pantalla. Guionistas (Aaron Sorkin, creador de “El ala oeste de la Casa Blanca”), directores (Martin Scorsese y su reciente “Broadwalk Empire”, Michael Mann está rodando “Luck”, Steven Spielberg fue arte y parte en “Band of Brothers”, Juan José Campanella se gana la vida, entre película y película, como realizador de capítulos de “House”…) y, sobre todo, intérpretes. Porque quizá el “telón de acero” que más ha costado derribar sea el que separaba a los actores de un lado y otro. Quien destacaba en una serie, difícilmente podía despuntar luego en el cine. Si acaso, aspirar a consolidarse en otra (David Hasselhoff fue tan Michael Knight en “El coche fantástico” como Mitch Buchannon en “Los vigilantes de la playa”).


Sólo en casos excepcionales ha habido saltos sólidos de la pequeña pantalla a la grande. Así que toca señalar el tópico: sí, conocimos a George Clooney como apuesto doctor Ross en la longeva “Urgencias” (cuya vida se alargó de 1994 a 2009), el caso más paradigmático de salto hacia adelante con éxito. Una vecina de promoción del chico de Kentucky es Jennifer Anniston, que de 1994 a 2004 fue Rachel en “Friends”. Antes, Will Smith, de 1990 a 1996 nos amenizó las tardes y sobremesas con “El príncipe de Bel Air”. Si queremos llegar a los años 80, tenemos el caso de Bruce Willis y su fama en “Luz de luna”. Y, si queremos hacer paleontología, podemos hablar de Clint Eastwood, que protagonizó “Rawhide” a principios de los 60, antes de sus “spaghetti-western”… y ya sabemos cómo le fue después. Todos ellos son estrellas del Hollywood actual. A otro nivel, John Hamm, el Don Draper de “Mad Men” también está aprovechando el tirón de esta prestigiosa serie para hacerse hueco en producciones fuertes como “The Town. Ciudad de ladrones” o “Sucker Punch”. Y Ian McShane, forjado en infinidad de series (“Deadwood” o “Los pilares de la tierra”), goza de una “segunda juventud” con títulos como “Scoop” o “Piratas del Caribe: en mareas misteriosas”. Pero es más habitual el caso de los actores de “Perdidos”: artistas cuyos rostros forman parte de nuestras vidas durante años, que al terminar la última temporada no encuentran un proyecto cinematográfico equivalente.


Sin embargo, el renovado prestigio (y cuenta corriente) de las series sí está sirviendo para que grandes nombres de la interpretación den el salto al “cine doméstico”. Martin Sheen fue, durante 7 temporadas, el presidente de los Estados Unidos en “El ala oeste de la Casa Blanca”; Jonathan Rhys Meyers se puso en la piel del convulso Enrique VIII en “Los Tudor”; en la ya citada “Broadwalk Empire”, Steve Buscemi recogió todo el protagonismo; Glenn Close es una abogada de mucho cuidado en “Daños y perjuicios”; los 6 Globos de Oro de “Rockefeller Plaza” descansan sobre el buen hacer de Alec Baldwin… Y lo que viene es de traca: John Malkovich y Ben Kingsley darán vida a personajes del “best-seller” de Noah Gordon en “El médico”; Dustin Hoffman y Nick Nolte protagonizarán “Luck”, sobre el mundo de los caballos de carreras; “The Big C.”, ganadora de un Globo de Oro, tiene el rostro de Laura Linney; Ashton Kutchner reemplazará al algo perdido Martin Sheen en “Dos hombres y medio”; Christina Ricci será una azafata en “Pan Am” y a Jeremy Irons ya lo vemos ejercer de maquiavélico Papa en “Los Borgia”…


¿Y en España? A diferencia de en norteamérica, el trasvase gran-pequeña pantalla ha sido, históricamente, más habitual. Las series nacionales de presupuesto alto (“Los gozos y las sombras”, “Los pazos de Ulloa”, “El Quijote”, por nombrar algunas) o, también, las adaptaciones para televisión de teatro (como fue “Estudio 1”), siempre procuraron contar con nombres de reconocido prestigio en su reparto. Esto se debe a que la industria cinematográfica nacional nunca ha sido tan potente como en Estados Unidos: el cine no da abasto para repartirse los muchos y buenos intérpretes que ha generado el cine español. Unos artistas que, además, encuentran mayor sustento económico en una serie prolongada en el tiempo que en los escasos proyectos de envergadura que ofrece nuestro cine. Diferente es el caso de las series con vocación de folletín, que se nutren de actores menos conocidos. Sobre todo, las dirigidas a un público juvenil, que, éstas sí, sirven de auténtica cantera para futuros proyectos cinematográficos.


Artículo para Tercer Mercado Vídeo, 2011)