Polanski

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Roman Polanski, sexo, talento y bobinas de cine


Al pequeño Romek le encantaba tanto el cine que no descansó hasta encontrar en un vertedero una caja oscura, con la cual hacer unas muy artesanales proyecciones. Cracovia, 1941, gueto judío: Segunda Guerra Mundial.


El ya veterano cineasta Polanski no fue a recibir su Oscar al mejor director por El pianista, que recrea el asedio nazi al gueto de Varsovia. Era la cima de su carrera, pero tenía asuntos pendientes con la justicia estadounidense. Hollywood, 2003.


Entre ambas escenas transcurren 62 años de la vida de Roman Polanski (nacido como Raymond Liebling en París, el 18 de agosto de 1933), tiempo suficiente para sobrevivir al Holocausto, para que los nazis gasearan a su madre, para que unos lunáticos asesinaran a su segunda esposa y para dirigir algunas de las películas más sobresalientes del cine contemporáneo, entre otras cosas.


La Guerra desde dentro

De familia judía (se cambió su impronunciable nombre, para los polacos, cuando en 1936 su familia volvió a Polonia), Roman vio cómo el conflicto golpeó de lleno a su familia. A su madre se la llevaron pronto a un campo de concentración… del cual no salió con vida. Más tarde llegó el turno de su padre, que antes tuvo tiempo de apalabrar y pagar el alojamiento de su hijo en diversas familias católicas. Romek (diminutivo de Roman) aprendió las costumbres cristianas para pasar como tal durante todo ese periodo y cambió su apellido por el de Wilk. Roman pasó ese tiempo de acá para allá, entre el campo y la ciudad, jugando con sus amigos y sin ir a clase. En sus memorias, afirma recordar esos momentos con la amargura lógica de la situación… pero tampoco olvida que durante esa etapa de “libertad” rio a espuertas con los amigos en sus correrías por las calles de Cracovia.


Y, también entonces, el joven Roman encontró su fascinación con el cine: “Las películas se estaban convirtiendo para mí en una verdadera obsesión. Me entusiasmaba todo lo relacionado con el cine… no sólo las películas, sino también la atmósfera que las rodeaba. Me encantaba el rectángulo luminoso de la pantalla, el haz luminoso que emergía de la cabina de proyección, cortando la oscuridad, la milagrosa sincronización del sonido y la imagen e incluso el olor a polvo de las butacas de asiento abatible. Pero lo que más me fascinaba era la mecánica de todo el proceso”.


La guerra pasó, y trajo de viaje de vuelta a su padre… y de viaje de ida al comunismo. Los soviéticos sustituyeron a los alemanes como fuerza invasora, y el señor Polanski, propietario de un pequeño negocio, vio cómo sus intereses contrastaban con los de la nueva política. Este desapego al comunismo se lo trasladó a su hijo, que nunca se sintió a gusto con la influencia soviética. No obstante, y tras un infructuoso paso por la Academia de Bellas Artes, Roman consiguió una beca para estudiar en la Escuela de Cinematografía de Lodz. Corría el año 1954, y Andrzej Wajda ya le había ofrecido un papel en su primera película, Generación. También había disfrutado de un papel protagonista en un serial radiofónico y era miembro de una compañía de teatro. El joven Polanski encontró en la actuación el escenario perfecto para dar rienda suelta a la extraversión y ansia de protagonismo de las que había hecho gala desde su infancia. De hecho, en su autobiografía (Roman por Polanski, 1984) afirmó: “Mi trabajo, mis fantasías, han nacido sobre todo de un deseo de complacer, divertir, sorprender o hacer reír a la gente. Me gusta hacer el payaso, exhibiéndome por ahí sobre el escenario del mundo. Es más, si pudiera volver a empezar, preferiría ser actor que director”.


Pero Roman se convertiría (sobre todo) en director.


Las primeras películas

Como muchos otros directores, Polanski se forjó en el mundo del cortometraje. Algunos de sus cortos fueron premiados, lo que le abrió las puertas para la financiación de su primera película polaca (y, hasta la fecha, única), una industria por entonces raquítica. El cuchillo en el agua (1962) constituyó toda una ruptura con el estilo de cine comunista (social y panfletario) que se realizaba por entonces, lo cual le garantizó numerosas críticas. Sin embargo, o gracias a ello, el joven director se gana una etiqueta de “autor” que ya no le abandonaría en su carrera. Se llevo un premio en la Mostra de Venecia y consiguió una candidatura al Oscar a la mejor película extranjera, y su nombre empezó a conocerse en el ámbito internacional. Y, aunque en lo sucesivo tocaría todo tipo de géneros, dejó entrever que el tono que mejor manejaba era el de lo bizarro, lo angustioso y lo morboso, a veces rozando el absurdo (palabra que le apasiona).


Luego viajó a Europa occidental, donde percibió que podría dirigir películas con más asiduidad y libertad (pese a que la censura cinematográfica le persiguió en otras ocasiones por el sexo y la violencia “excesivos” para la época). Y así fue como rodó Repulsión (1965, Oso de Plata en Berlín) y Callejón sin salida (1966, Oso de Oro). Para Repulsión, un referente del cine de terror psicológico, ya contó con una estrella internacional, Catherine Deneuve. De esta película se llegó a decir que “consigue dejar a Psicosis en la obra de un novato”, pese a que él la consideró como una obra imperfecta, sobre todo por las restricciones presupuestarias que impidieron construir los decorados como él deseaba. Sin embargo, logró que los productores le doblaran el presupuesto y terminó la película con bastante retraso por su detallismo y perfeccionismo al rodar; cuestión que se repetiría con frecuencia y que le granjeó la etiqueta de director lento y costoso.


Su siguiente filme, El baile de los vampiros (1967) supuso su debut en los largometrajes en color, y lo enfocó, junto con Gerárd Brach (su guionista habitual) como una vuelta de tuerca al subgénero de vampiros. Si, pensaban, el público llega a reírse en ciertas escenas de las películas de la Hammer, por qué no provocar esas carcajadas de manera consciente. La película le permitió ciertas licencias: la localización en parajes nevados le dio pie a pasarse medio rodaje sobre esquíes (su gran pasión deportiva, junto al ciclismo), pese a la negativa de la aseguradora; se otorgó un papel protagonista, práctica que repitió con asiduidad; y dio otro a Sharon Tate, su futura esposa, con quien se casaría en segundas nupcias (su primer matrimonio con Barbara Kwiatkowska, en 1959, apenas duró dos años). La vida amorosa de Polanski ha suscitado muchos comentarios, ya que siempre fue un seductor. Sólo en su biografía admite haberse acostado con decenas de mujeres, incluso durante el matrimonio. En lo sucesivo, los avatares de su vida hicieron fortuna para la prensa del corazón.


El salto a Hollywood

Para entonces, su fama ya había traspasado el Atlántico y pronto le llegaron propuestas de Hollywood. La oferta cristalizó en La semilla del diablo (1968), un hito en el cine de terror que revolucionó el género. Nada de góticos castillos medievales: la acción se sitúa en un anodino apartamento neoyorquino. La “amenaza” proviene de unos, en apariencia, apacibles vecinos. Una incertidumbre que llegó a afectar al propio rodaje cuando Mia Farrow, protagonista de la película, recibió por sorpresa la decisión Frank Sinatra (por entonces su marido) de divorciarse. La actriz cayó en tal depresión que Polanski creyó que nunca se sobrepondría. Pero lo hizo, y La semilla del diablo obtuvo tal éxito que convirtió a su director en una especie de “chico de oro” en Hollywood.


Fueron los finales de los 60, aquellos en los que vivió entre la “gente guapa” de Los Angeles, los más felices de su vida. Pero todo acabó en agosto de 1969, cuando Sharon Tate fue asesinada por unos lunáticos. El ruido mediático del asunto le alejó de Norteamérica y se refugió primero en el Reino Unido, donde rodó Macbeth (1971), y después en Roma, donde pasó más de dos años. Allí se dio a la dolce vita y Carlo Ponti le produjo ¿Qué? (1973), una comedia entre el absurdo y lo erótico.

En 1974 aceptó volver a los Estados Unidos cuando la Paramount le ofreció dirigir el guión de Chinatown, empujado por la participación de su amigo Jack Nicholson. Esta película le volvió a encumbrar en Hollywood, pero terminó mal con Bob Evans, el productor, y volvió a Europa a dirigir teatro y ópera. En ese tiempo realizó la negrísima El quimérico inquilino (1976); fue de las pocas películas que acabó en tiempo récord. Por esa época conoció a la quinceañera Nastassia Kinski, con quien mantuvo un romance.


Su faceta de fotógrafo le llevó de nuevo a EEUU… y de paso a uno de sus momentos más bajos. Durante una sesión de fotos en casa de Jack Nicholson, Polanski tuvo relaciones sexuales con una menor. La madre lo denunció y Roman pasó la Navidad de 1977 en la cárcel. Obtuvo un permiso poco después y aprovechó para viajar a Londres. Nunca más pisó territorio estadounidense.

El alejamiento de Hollywood le condujo a solicitar la ciudadanía francesa e instalarse definitivamente en París. Con dinero francés realizó Tess (1979), un premiado ejercicio de recreación histórica, protagonizado por Nastassia Kinski. Sin embargo, el larguísimo y complicado rodaje dejó tan exhausto a Polanski que abandonó el cine hasta Piratas (1986), una de sus películas más flojas. Fue un periodo de desencanto con el cine, en el que se dedicó al teatro, la ópera, escribió su autobiografía y, por fin, regresó a Polonia, casi 20 años después.


Poco a poco fue recuperando el pulso creativo con Frenético (1988), Lunas de hiel (1992) y La muerte y la doncella (1994), historias en las que muestra cómo se puede hacer presente nuestro lado más oscuro en cualquier momento de la vida. En 1999 adaptó un “best-seller” de Arturo Pérez-Reverte con connotaciones satánicas (la fama obtenida con La semilla del diablo nunca le abandonó), pero La novena puerta dejó una pobre impresión. Sin embargo, en 2002 consigue llegar a su cenit, al menos en reconocimiento profesional, con El pianista, que le reporta la Palma de Oro en Cannes y el Oscar al mejor director. Con esta lúcida y austera reconstrucción del asedio al gueto judío de Varsovia, Polanski saldó cuentas con una parte de su infancia. Quizá haya hecho lo propio con la reciente Oliver Twist (2005); película que, aunque no será la última, sí podemos afirmar que cierra un círculo: porque, cuando el pequeño Roman vagaba harapiento por el gueto de Cracovia, buscando útiles para construirse un proyector, también tenía algo de Oliver Twist.

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(Artículo realizado para el libro-DVD de la Editorial Crim, 2006)


Filmografía (hasta 2005)


COMO DIRECTOR

2005, Oliver Twist

2001, El pianista

1999, La novena puerta

1994 , La muerte y la doncella

1992, Lunas de hiel

1992, Lunas de hiel

1988, Frenético

1986, Piratas

1979, Tess

1976, El quimérico inquilino

1974, Chinatown

1973, ¿Qué?

1971, Macbeth

1968, La semilla del diablo

1967, El baile de los vampiros

1966, Callejón sin salida

1965, Repulsión

1964, Las mejores estafas del mundo (un episodio)

1962, El cuchillo en el agua


COMO ACTOR

2002, La venganza

2000, Homenaje a Alfred Lepetit

1994, Mala fama

1994, Una pura formalidad

1992, Back in the USSR

1989, Esperando a Godot

1982, Chassé-croisé

1976, El quimérico inquilino

1974, Sangre para Drácula

1974, Chinatown

1973, ¿Qué?

1969 , Si quieres ser millonario no malgastes el tiempo trabajando

1967, El baile de los vampiros

1965, Repulsión

1955 Generación