La pasion de carton

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La pasión de cartón


Me levanté de la siesta con unas ganas irrefrenables de hacerle el amor a mi novio. Él es de cartón, pero pensé en todo cuando lo construí. Sin embargo, no se dejó querer. Es verdad que llevamos unos días distanciados.


Al principio, todo resultaba mucho más fácil. Él no me hacía mucho caso, pero no ponía reparos a nada. Eran los buenos tiempos. Yo llegaba a casa después del trabajo y ahí estaba él, justo donde lo había colocado. Los ojos de fieltro seguían en su sitio, como la nariz de nácar o la peluca. Dejaba la maleta en el recibidor, me desvestía en nuestro dormitorio y, antes de entrar al salón, apoyada en el quicio de la puerta, le decía:


—Sé que no te merezco. Pero no me dejes nunca- y me lanzaba a besarlo, primero con ternura, y luego con lascivia.


Como compañero de juegos no tenía precio, salvo para el escondite y cosas por el estilo. Nunca me gustaron los intelectuales, así que su falta de labia no importaba. Podía confiar en él y la cuestión de los hijos la obviábamos mutuamente. Como la relación progresaba, decidí presentárselo a mis amigas.


—¿Y dónde os conocisteis?

—Aquí, nunca ha salido de casa.

—¿Tiene estudios?

—Quién sabe. Es de cartón reciclado.


Concha se hizo un par de fotos con él, muy cerquita, pasándole el brazo por encima. Cuando las despedí, en el rellano, me preguntaron sobre asuntos más íntimos. Se quedaron muy sorprendidas. “Sobre todo para ser de cartón”, cuchicheó alguna, sonrojada.


—¿Y no tiene parientes? ¿Algún hermano?

—Algún amigo. Pero vive lejos, Concha.

Cuando volví al salón, lo noté distinto.


***


Días después, al llegar a casa, no estaba en su sofá del salón. Lo encontré de pie, mirando entre las cortinas. Lo abracé por la espalda e intenté que copulásemos. Pero él parecía abstraído y no pudo ser. Me sorprendió más eso que verlo de pie.


Al día siguiente, tampoco lo hallé en el salón. Estaba en la cocina, preparándome dos huevos rotos con jamón. ¿Y si le hubiera saltado una gota de aceite y lo hubiese echado todo a perder? ¿De qué me serviría a mí un novio de cenizas de cartón? No le di las gracias. Me preocupaban aquellos arrebatos de independencia.


Volví a invitar a mis amigas la semana siguiente. Estábamos todos de sobremesa, con los platos en el mantel, aún sucios. Él, bien a mi lado. Le hacía carantoñas delante de todas, les contaba sus progresos. Fue Concha la que preguntó:


—Entonces, ¿os va muy bien, no?

—Sí, tirando.


Nadie levantó una ceja. Su voz sonaba a nuevo, o quizá era a niño.


Cuando todas se fueron, por primera vez, el silencio entre nosotros. Hemos dormido la siesta en el sofá. Me he levantado muy cariñosa. Él, sin embargo, sigue sin decir nada, sin moverse, mirando al infinito con sus ojos de fieltro.