La mala suerte

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La mala suerte


En la Verdadera Fe sabemos de la existencia, hace no tanto, de Jerifé. Un hombre, por describirlo con ciego entusiasmo, de carencias físicas, pero repleto de cualidades que se nos haría largo enumerar. Sin embargo, al mundo zafio de su época (y sin ir más lejos, a éste), le importaba más su figura quebrada, que comenzaba en una frente hundida,  recuerdo de nacimiento, cuando mató a su madre por aquellas descoyuntadas hechuras. O su ojo tuerto y su nariz en zigzag, huellas de un martillazo perdido mientras ayudaba a construir un segundo oratorio para Batifú, el que todo lo ve. El tórax en quilla, la joroba, las piernas patizambas, se las dio la Naturaleza. No hay registro del porqué de su cojera, y solo esperamos que no fuera producto de un gran dolor. Jerifé, pasados los 30 años, no conocía más carne humana que la propia. Imagínense los motivos. Los efectos, que los había, se diluían entre su santidad.


Mas aquellos tiempos, falsamente píos, iban a acabar por la cólera de Batifú, el que todo lo escucha. Colérico contra el pueblo al que dio puesto en el mundo, Batifú, el que todo lo degusta, ordenó a sus emisarios la propagación de una plaga mortal de necesidad. Solo salvó a un hombre, el más recto (en el aspecto simbólico, claro está). Y le iba a dar una hembra.


A Jerifé, loco de comprensible emoción, le fue entregada Daniba, la mujer más hermosa de su tiempo, de pechos henchidos como la ira de Batifú, el que todo lo toca, prestos a regar los buches de la docena de hijos que habría de darle para repoblar los campos.


Jerifé no tardó tiempo (tampoco Daniba) en darse cuenta de su infertilidad, cuya mala suerte no pudo levantar ni siquiera Batifú, el que (casi) todo lo huele.


La mala suerte, en realidad, no es tanto para Jerifé como para esta historia, sus lectores y los Batifuistas de la Verdadera Fe, que nos podemos sentir estafados, a poco que lo pensemos.