El biógrafo

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El biógrafo


A mediados del siglo XIX, en la localidad alemana de Liebenstein, según todas las fuentes que consulté, vivió Hans Grüntenhaus. Hans fue alguien especial. A diferencia de otros muchachos, él no había nacido del vientre de su madre, sino que había llegado del espacio en una cápsula extraterrestre. Cuando Greta, su madre, lo descubrió junto al riachuelo donde solía lavar la ropa, decidió adoptarlo y darle una educación cristiana. Al fin y al cabo, era como cualquier bebé, solo que con 3 dedos en cada mano.


Hans aprendió pronto el idioma de los humanos e ignoró la telequinesia, el volar, la invisibilidad y otros superpoderes propios de su raza. Sus padres adoptivos eran personas humildes y trabajadoras y le enseñaron el valor del esfuerzo y la integridad. Interiorizó que solo con trabajo saldría adelante en la vida. Siempre ponía la mesa y cerraba los ojos con fuerza cuando Johann, su padre, bendecía los alimentos. Hans se convirtió en un chico muy querido en todo el pueblo: siempre sonreía y estaba dispuesto a ayudar a los demás. También a Sebastian, su hermano mayor, quien se consumía de envidia ante él, que no había nacido de su madre.


Pronto, el molinero, uno de los hombres más acaudalados del pueblo y que solo había tenido una hija, Hilda, ofreció a Johann un matrimonio entre ambos jóvenes a cambio de que Hans se hiciera cargo del molino. Johann y Greta aceptaron: era un buen trato para su hijo. Hans y Hilda se casaron, tuvieron ocho hijos y envejecieron felices. Hans no cosechó enemigos ni se le conocieron graves faltas. Sacó adelante el molino sin acudir ni una sola vez a sus superpoderes extraterrestres, que, además, olvidó.


Ya enfermo, en el lecho de muerte, Hans expiró rodeado de su fiel Hilda y sus ocho prósperos hijos. Sus seis últimas palabras fueron: “He sido muy feliz. Os quiero”.


Su resentido hermano Sebastián Grüntenhaus fue uno de los violadores más sanguinarios y feroces de la época; pero siempre escojo mal mis biografías.